Al servicio de la hegemonía brasileña
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Después de hacernos esperar dos interminables años, luego de reiteradas postergaciones y de cubrirnos con una montaña de agravios, los senadores brasileños ratificaron a mediados de la semana pasada las Notas Reversales que disponen un incremento en el pago al Paraguay por la cesión de energía no consumida de Itaipú.
Fernando Lugo, agradecido. El, que durante la campaña presidencial hablaba de reivindicar la soberanía energética, de renegociar el ignominioso Tratado de Itaipú y de conseguir 3.500 millones de dólares por la energía eléctrica cedida al Brasil –prometía que con ello su gobierno estaría en condiciones de cubrir ni más ni menos que la “mitad del presupuesto nacional”–, de golpe y porrazo claudicó a todo por un monto quince veces inferior.
Afortunadamente, la presidenta Dilma Rousseff tuvo el tino y el buen gusto de indisponerse físicamente y no venir este fin de semana. De lo contrario, hubiéramos visto aquí las más alevosas e indignas muestras de zalamería que se puedan imaginar por parte de nuestras autoridades. Ni ella misma hubiera soportado tanto empalagamiento, pobrecita.
A tenor de lo escuchado en la sesión parlamentaria del pasado miércoles, así como de lo manifestado por algunos medios de comunicación del vecino país, los brasileños están convencidos de que con la aprobación de las mentadas Notas Reversales han hecho la caridad del siglo con el Paraguay. Las vibrantes muestras de felicidad dadas esa noche en Asunción por los seguidores del luguismo seguramente los habrán confirmado en esa convicción.
Pero, claro, nadie supondrá que Itamaraty consienta que la canilla del Tesoro brasileño se abra algunos segundos para que goteen unos cuantos billetes sobre su vecino “pobre”, motivada solamente por un acto de simple generosidad. Que ninguno se confunda. Ahora viene la devolución de “finezas”. Responsabilidad que, obviamente, recae en el oficialismo “triunfante”.
No se trata de azuzar imaginarios fantasmas. Lo dijo el senador Pedro Simon, miembro del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), en la sesión del miércoles último. Casi al término del dilatado debate, el legislador intervino ante el pleno para expresar algo que pasó prácticamente inadvertido para los medios, pero que yo considero crucial en toda esta cuestión.
Simon pidió poner las cosas en perspectiva. Palabras más, palabras menos, dijo que el Brasil está desempeñando un papel principal en la escena internacional, y que la única forma de potenciar ese rol es fortaleciendo la región, algo que no se lograría mientras se mantuvieran innecesarias divergencias con países como Bolivia y Paraguay.
La aprobación de las Notas Reversales, pues, tenía una importancia de primer orden en esa dirección: consolidar el liderazgo brasileño en América del Sur y disputar, desde esa plataforma, el de Estados Unidos en el mundo.
Ahora es el turno del Paraguay. Brasil requerirá lo “suyo”: adhesión incondicional a su propuesta de integrar una plaza permanente, con derecho de veto, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; ratificación inmediata del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y aprobación sin más dilaciones del Protocolo de Adhesión de Venezuela al Mercosur por parte del Senado paraguayo, entre otros asuntos relevantes en materia de la política exterior diseñada por Itamaraty.
En una palabra: ser absolutamente funcionales a la estrategia brasileña de expansión hegemónica sin restricciones ni condicionamientos de ningún tipo. Ese es su juego. Ese el libreto que se propone seguir el luguismo. ¡Qué pena que haya aceptado hacerlo por 200 millones de dólares y no por los 3.500 millones que el entonces obispo prometía reclamar a nuestros “hermanos” cuando era candidato presidencial! Lamentablemente, ya no hay tiempo para reclamaciones posteriores. Ahora le toca reciprocar. Y vaya que lo hará.