Qué hacer con Chávez
Aunque la nueva crisis en las relaciones entre Colombia y Venezuela parece una escena ya vista muchas veces, el retiro -otra vez- del embajador de Chávez en Bogota y la nueva 'congelación' anunciada por el Presidente venezolano el pasado martes, tienen connotaciones que la hacen más grave. El solo hecho de que sigan sumándose hostilidades y se alargue la cadena de incidentes tiene un efecto acumulativo cada vez más difícil de manejar. La credibilidad de los llamados a la mesura se va debilitando y los efectos tranquilizadores de los abrazos de Uribe y Chávez en las cumbres se agotan más rápido. Con menos talanqueras, los discursos se desbordan y se hace obligatorio aceptar que las opciones menos deseables son más factibles de lo que se habría pensado. La crisis de esta semana tiene tres elementos muy complejos. El más inmediato, el de las armas que Suecia vendió a Venezuela que acabaron en poder de las Farc, es explosivo porque pone a Chávez contra las cuerdas. Y en especial, porque el Gobierno sueco, con distancia geográfica y neutralidad ideológica, mediante varios voceros expresó su extrañeza por el desvío en el destino de los lanzacohetes, y esto significa el acercamiento de un árbitro con credibilidad en la posición colombiana.
Ante la encrucijada, Chávez no se dio un tiempo para examinar cómo habrían llegado las armas a las Farc, ni planteó la posibilidad de que la transacción se hubiera producido a sus espaldas. De inmediato montó en cólera y echó mano de la conocida receta de congelar relaciones, llamar al embajador, amenazar con restricciones al comercio y expropiación de empresas colombianas, y denunció una alianza de Colombia con Estados Unidos en contra de la revolución bolivariana.
Más allá de si su ira es explicable porque se considera inocente frente a la acusación o de si se trata de una cortina de humo, lo cierto es que generó unos hechos que no será fácil revertir. Es sencillo retirar embajadores y congelar relaciones mediante discurso, pero restablecerlas toma meses y mucho coraje.
No menos difícil es controlar el efecto del acuerdo que en los próximos días firmarán Colombia y Estados Unidos para profundizar la cooperación militar. Chávez, paranoico y en extremo sensible, cree que la intención de Estados Unidos es impedir la consolidación del "socialismo del siglo XXI". En parte porque ha heredado la obsesión de los cubanos sobre el tema, pero sobre todo por las heridas que dejó la tolerancia de la administración Bush con el golpe contra Chávez el 11 de abril de 2002. Bajo esa sombra, Venezuela siempre ha visto con sospecha el Plan Colombia y la estrecha alianza del gobierno Uribe con Bush y ha sido uno de los motivos, aunque no el único, de la mala relación de los últimos años entre Bogotá y Caracas.
La paranoia no se ha aliviado con el mejoramiento de las relaciones de Chávez con Estados Unidos a partir de la llegada de Barack Obama. Si bien los discursos han cambiado, y Caracas y Washington reabrieron sus respectivas embajadas, los chavistas están a la expectativa de si las buenas intenciones de Obama van a ahogarse en los vericuetos de los organismos de Inteligencia y Defensa. Creen que en ellos persisten las intenciones intervencionistas de administraciones anteriores, y al propio Presidente estadounidense lo consideran ambivalente.
En este panorama, el incremento de la cooperación militar colombo-estadounidense -que no ha sido bien explicado por Colombia a Venezuela-, alimenta el nerviosismo de Chávez y es sinónimo de lo peor: la instalación de bases yanquis con capacidad de espiar y atacar a Venezuela. Pero, además, en esta ocasión sectores de la oposición que normalmente critican al Gobierno por su falta de cordura en las relaciones con Colombia, han coincidido con su preocupación por las "bases estadounidenses". Por ejemplo, los editoriales del periódico Tal Cual, que dirige Teodoro Petkoff, han seguido esa línea.
El tercer elemento que agrava la tensión actual es de orden regional. La crisis de Honduras ha sido un desastre para Chávez. A diferencia de Colombia, donde el tema tiende a perderse en medio de la turbulencia de las noticias nacionales, el presidente venezolano convirtió en obsesión el objetivo de restablecer a Manuel Zelaya en el poder. El golpe militar despertó las sensibilidades de Chávez, le recordó el intento de derrocarlo en 2002, sirvió de excusa para medirle el aceite a las verdaderas intenciones de Obama en América Latina y se convirtió en una prueba de demostración del poder del ALBA.
Chávez se la metió toda, hasta el punto de comprometer el uso de la fuerza para restablecer al Gobierno constitucional. Pero fracasó. Cada día es menos probable el retorno de Zelaya y el epílogo va a tener negativas repercusiones políticas en la unidad continental y la vigencia de organismos como la OEA. El problema hondureño polarizó el enfrentamiento entre Chávez y sus aliados -Ecuador, Bolivia, Nicaragua...- y el resto de América Latina. Y un Chávez derrotado y radicalizado no tiene cabeza fría para analizar los problemas bilaterales con Colombia en relación con las bases militares y las armas suecas
No menos grave es la coincidencia de las recientes tensiones colombo-venezolanas con una nueva pelea entre Colombia y Ecuador. La que se generó por el video del 'Mono Jojoy' en el que dice que las Farc donaron dinero para la primera campaña de Rafael Correa. La versión -desmentida el martes por un comunicado de Anncol- indignó al Presidente ecuatoriano, quien seguramente vio con simpatía el nuevo rifirrafe Uribe-Chávez.
Hasta el momento, en el Gobierno colombiano existía la convicción de que las dos relaciones -con Venezuela y con Ecuador- podían tratarse de manera diferente porque mientras Chávez tenía un interés cierto en conservar la normalidad, Correa no tenía remedio e insistiría en profundizar el conflicto. La simultaneidad de los incidentes con ambos implica que Ecuador -miembro reciente del ALBA- y Venezuela vuelven a coincidir en sus posiciones hostiles hacia el gobierno del presidente Uribe.
¿Qué hacer?
La nueva encrucijada en las relaciones colombo-venezolanas deja la sensación de que no hay mucho que hacer para mejorarlas porque las diferencias ideológicas y políticas entre Uribe y Chávez son muy profundas, y porque la personalidad cambiante y folclórica del mandatario venezolano no deja mucho espacio para trabajar algo serio. En general, Colombia ha sido más prudente y cuidadosa, y ha respondido con serenidad a las provocaciones de Venezuela, pero como para bailar tango se necesitan dos, esa dosis de sensatez poco sirve si en el otro lado de la frontera no hay más que periódicas explosiones anímico-políticas.
La relación con Venezuela es tal vez la más importante para Colombia por la extensión de la frontera (2.200 km) el tamaño de la población fronteriza (cerca de siete millones) y el comercio binacional que es del orden de 6.000 millones de dólares. Una situación permanente de conflicto y tensión es insostenible, podría afectar a mucha gente y posibilita escenarios de confrontación indeseables.
¿Qué hacer, entonces, con el vecino incómodo e impredecible que estará en el poder durante varios años más? ¿Conviene una actitud hostil y firme que podría tener un costo en la relación? ¿O mantener siempre la prudencia mientras Venezuela insiste con su discurso hostil? ¿Resignarse a que las relaciones no pueden mejorar? CAMBIO consultó a una serie de expertos y dirigentes con experiencia en el manejo de las relaciones, e identificó algunas acciones de política exterior que podrían abrir en el largo plazo mejores opciones con Venezuela. Estas son algunas conclusiones.
1. No depender de Uribe y Chávez
Fernando Marín - primer embajador de Uribe ante el gobierno de Chávez, y reemplazado por María Luis Chiappe- recibió una instrucción clara del Presidente cuando se disponía a viajar a Caracas: "Ayúdeles a los empresarios y dedíquese a facilitar los negocios -le dijo Uribe-. A Chávez déjemelo a mí". Lo cierto es que las relaciones entre los dos países han dependido de los dos presidentes. Ambos tienen estilos gerenciales que centralizan el manejo en las cabezas, y ese esquema tiene el inconveniente de que las relaciones se mueven al vaivén de los momentos políticos y emocionales de los mandatarios y, en consecuencia, oscilan entre eufóricas cumbres y peligrosos incidentes. Las relaciones deberían 'despresidencializarse'. Las embajadas y cancillerías podrían tener un papel más protagónico, permanente y discreto, y en su papel natural de coordinación tendrían la capacidad de vincular a otras entidades del Estado, con el objeto de multiplicar canales de comunicación, ampliar la agenda y construir contactos más permanentes y menos limitados a las cumbres presidenciales o a los momentos de crisis.
2. Vincular a la sociedad civil
Hay sectores en ambos lados de la frontera cuya actividad depende de la buena relación política. Los empresarios y la población fronteriza son los grupos principales que siempre abogarán por una paz entre Bogotá y Caracas. Los encuentros entre ellos, que no pasan por las ideologías o por los proyectos políticos, generan lazos de acercamiento y ofrecen ideas y ánimo de conciliación.
3. Acercar a otros países
Hasta el momento, Colombia y Venezuela, cada uno desde su esquina política, ha buscado aliados en terceros países para fortalecer su posición frente a la contraparte. Colombia está cerca de Estados Unidos, México y Perú. Venezuela cuenta con el apoyo del ALBA. Ante la parálisis y agonía de la Comunidad Andina, los delegados de Bogotá y Caracas tienen pocas oportunidades de sentarse en una mesa con enviados de otras nacionalidades, y según la ex canciller María Emma Mejía, "las fisuras en las relaciones nos cogieron con un debilitamiento de los organismos multilaterales como la OEA, mientras Chávez fortalece el ALBA". Sin embargo, hay países que mantienen buenas relaciones con los dos gobiernos, como Brasil, Chile, Argentina y Cuba, que podrían ayudar a crear espacios de entendimientos distintos al exclusivamente bilateral.
4. Pensar en términos de política exterior
Para el gobierno de Álvaro Uribe las relaciones exteriores son, básicamente, una extensión de su proyecto interno, un proyecto cuya columna vertebral es la seguridad democrática. Por eso las decisiones que toma el Gobierno colombiano tienen sentido a la luz de la guerra contra las Farc -profundizar la cooperación con Estados Unidos, bombardear el campamento de 'Reyes' en Ecuador-. Después enfrenta las consecuencias en el campo externo. Una comunicación más permanente, fluida y sincera, podría facilitar una diplomacia preventiva y un control de los efectos de las decisiones clave para la seguridad democrática. En palabras de la ex canciller Mejía, "la Cancillería debe tener visión y una política exterior mucho más profunda y renovada".
5. Abolir la diplomacia del micrófono
Aunque los pecados de Chávez son mayores y más numerosos que los de Uribe, todavía hay excesivo manejo público de los temas conflictivos entre Colombia y Venezuela. Las declaraciones oficiales sobre las "bases yanquis en Colombia" y sobre las armas suecas en poder de las Farc, fueron las que hicieron explotar la nueva crisis entre los dos países. Venezuela conocía la molestia colombiana con los hechos, pero no se había llegado a un punto crítico mientras el asunto se mantuvo en reserva. Los canales diplomáticos permiten plantear diferencias con toda la firmeza necesaria, pero disminuyen su efecto dañino sobre las relaciones binacionales.
6. Renunciar a la tentación populistaNada más rentable para la imagen de un presidente que la explotación del sentimiento nacionalista. Tanto Uribe como Chávez tienen discursos que caen bien entre sus ciudadanos pero que afectan las relaciones. En Colombia, la unidad en contra de las Farc. En Venezuela, la defensa frente al imperio norteamericano. Las victorias de corto plazo son pírricas porque producen resultados pero a la larga afectan la estructura de la relación (ver columna de la profesora Sandra Borda).
7. Generar confianza
Los expertos en solución pacífica de conflictos han generado instrumentos y práctica para crear credibilidad entre partes enfrentadas. Un clima de suspicacias mutuas impide la convivencia y la concreción de acuerdos. Y es obvio que entre los mandatarios de Colombia y Venezuela existen sospechas mutuas: Uribe considera que Chávez ayuda a las Farc y Chávez piensa que la alianza de Uribe con Estados Unidos es una amenaza para su país. El escenario se presta para que todos los problemas cotidianos y propios de una relación tan compleja se crezcan y se conviertan en incidentes. La construcción de confianza pasa por el diálogo sincero, más que por la ideología.
8. Evitar la triangulación
Durante la administración Bush se produjo una 'triangulación' de las relaciones colombo-venezolanas con Estados Unidos: Washington fue un factor que se interpuso entre Bogotá y Caracas. En realidad, la naturaleza de ambos vínculos es diferente y su mezcla complica en forma innecesaria el panorama. Colombia necesita mejores relaciones con Venezuela que Estados Unidos porque tiene intereses más directos y valiosos. La confrontación con Chávez, la contención de la revolución bolivariana, y las consideraciones geopolíticas son más relevantes para el Departamento de Estado que para un vecino como Colombia.
9. Construir consensos
La posición externa del país se beneficia de un acuerdo entre las fuerzas políticas, y Colombia tiene una tradición larga y sana de no politizar el manejo diplomático. Sin embargo, últimamente esa herencia se ha debilitado en medio de la polarización política. El gobierno Uribe no le concede gran valor a los acuerdos con la oposición y casi no convoca a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, mecanismo constitucional que tiene por objeto facilitar una política exterior de Estado. En las actuales circunstancias el consenso es una prioridad. En palabras del vicepresidente Humberto de la Calle, hay que buscar "la fuerza tranquila de la unidad nacional porque nuestras fisuras alientan a Chávez: discusión democrática hacia adentro, pero unidad sin beligerancia hacia afuera". Esto es especialmente cierto en un periodo electoral: una campaña en la que uno o varios candidatos utilicen el nacionalismo como bandera proselitista, podría hacerle mucho daño a la relación en el largo plazo.
10. Separar los temas comerciales
A pesar de los discursos y las amenazas de Chávez contra las importaciones y las empresas colombianas, los dos países se necesitan mutuamente. En el corto plazo no es viable para Colombia encontrar otros mercados que sustituyan las compras que hoy hace el país vecino, ni sería fácil para Venezuela obtener la oferta que recibe de este lado de la frontera. El comercio binacional se beneficia de condiciones sui géneris, que tienen que ver con la vecindad, la cultura y hasta con nexos personales en los dos países, factores que no existen en otras latitudes. En este sentido, es necesario que la concepción y tratamiento de los asuntos estrictamente económicos se hagan por vías distintas para evitar que contaminen con los incidentes políticos o diplomáticos.
11. Mezclar firmeza y tacto en el tema de las armas suecas
En relación con el espinoso problema de los lanzacohetes que aparecieron en manos de las Farc, el ex vicepresidente Humberto de la Calle dice: "Colombia debe gestionar en foros internacionales que se requiera a Chávez para que responda en serio sobre la desviación de las armas suecas". Es la línea que ha seguido el gobierno Uribe, reiterada en un comunicado el miércoles en la mañana, y que podría concretarse y formalizar en foros como la OEA.
12. Paciencia, paciencia, paciencia
Tratar con Chávez no es fácil. Es impredecible, radical, emotivo e impulsivo. Sus actitudes cambian y sus discursos suelen ser más amenazantes que sus acciones. La respuesta tranquila no es la más obvia frente a la opinión pública pero puede ser la más aconsejable a la larga. "Debemos manejar la situación con mucho tino para no retar al presidente Chávez, pues ya conocemos que su reacción iría en contra del empleo de muchos colombianos que producen para exportar artículos a Venezuela", dice el senador Manuel Ramiro Velásquez, de la Comisión Segunda (Relaciones Exteriores).
El fantasma de la expropiación
No es la primera vez que Hugo Chávez amenaza con expropiar empresas colombianas que invierten en Venezuela. En 2006, alcanzó a formalizar un anuncio contra Cemento Andino, pero la decisión fue declinada. Poco después sus autoridades ejercieron una suerte de acoso tributario contra la cadena de supermercados Cativen, que tenía inversionistas colombianos.
Aunque ahora existe un comprensible nerviosismo entre los empresarios, analistas creen que Chávez no cambiará su línea de expropiar sólo a aquellas empresas que prestan servicios considerados básicos para Venezuela como el petróleo, las comunicaciones y la producción de alimentos prioritarios en la canasta familiar como el arroz. Jorge Alberto Velásquez, ex director de Proexport en Caracas, considera que a menos que la crisis coyuntural sufriera un grave escalonamiento, los sectores donde se mueve la inversión colombiana no correrían riesgos.
Esa inversión está representada en compañías como Alpina y Colanta, que tienen plantas propias allí; el Grupo Nacional de Chocolates, propietario a través de Zenú de la empresa de cárnicos Hermo, y la firma Leonisa.
Lo que a Velásquez le parece inquietante es que haya restricción a las importaciones de productos colombianos, pues el país vería afectado así sus relaciones comerciales con quienes han sido sus tres socios más importantes: Estados Unidos, por efectos de la contracción en sus operaciones de su comercio internacional; Ecuador, por cuenta de la suspensión de las relaciones diplomáticas, y ahora Venezuela.
http://www.defesanet.com.br/04_09/al_co_ve.htm